martes 20 de octubre de 2009
Anatomía de un abuso policial
Cuando llamé a Marcela Sánchez, directora de Colombia Diversa, solo atine a decir: “Marcela, estoy en un problema”. El problema consistía en un policía que estaba frente a mí acosándome y exigiéndome un permiso para estar en el espacio público invitando a la semana de la Diversidad Sexual de la Universidad Industrial de Santander (UIS).
El pasado viernes 16 de octubre estaba de visita en Bucaramanga y decidí hacer un reportaje para mi Blog de un acto simbólico que realizaría el grupo de Género y Sexualidad de la UIS con la finalidad de invitar a la 8ª semana de la Diversidad Sexual. Mi entusiasmo era doble. Por una parte, en el año 2002 con la ayuda de pocos amigos iniciamos las semanas de la Diversidad Sexual en un modesto salón de derecho (salón 310 de Matemáticas), hoy la semana llegado a ser uno de los eventos académicos y sociales más importantes de la Universidad. Por otra parte, los medios locales hablaban de la “primera boda gay en la ciudad bonita”, con lo cual me animé mucho más para ir.
Llegué al lugar de la cita al medio día, al final de la calle de los estudiantes junto a la Unidades Tecnólogicas de Santander y la Plaza Mayor en la Ciudadela Real de Minas. Allí tomé algunas fotos e hice un par de videos cortos con mi cámara fotográfica. Debido a que éramos tan pocos en la organización de la actividad, una de las integrantes del grupo que sostenía la pancarta, me pidió que la tuviera un rato mientras ella repartía volantes invitando a la semana. Mientras tanto una pareja del mismo sexo hacía un acto simbólico que representaba una unión marital de hecho (con besos, abrazos, ponqué, y demás).
Seguí tomando fotos mientras sostenía la pancarta, especialmente a lo que pasaba frente a mí y casualmente tomé una foto de una patrulla que estaba pasando justo por la calle frente a nosotros. Tres minutos después la patrulla (identificada con el número 310075 y placas JWA 615) dio una vuelta a la cuadra, se estacionó frente a nosotros y descendieron 2 policías. Uno de ellos de apellido Rodríguez me increpó diciéndome: “¿por qué me toma fotos?”, le expliqué lo ocurrido, no obstante, me amenazó con quitarme la cámara y finalmente me obligó a borrar la foto que había tomado a la patrulla. Todo esto en un tono nada cordial y en un evidente abuso de autoridad.
Pero la historia no acaba aquí. Luego que accedí a borrar la foto (lo cual me parecía una forma de evitar conflictos, aunque no tenía la obligación legal de hacerlo), el policía me exigió un permiso de “espacio público” para realizar nuestra invitación y el acto simbólico. En ese momento salió el abogado que hay en mí y pasé de los nervios de una posible imprudencia propia a la evidencia de qué estaba frente a un acto de abuso policial. Me identifiqué como abogado y “profesor de derecho” (me pareció más disuasiva esta categoría) y le dije que estaba cometiendo un atropello y que nosotros teníamos derecho a expresar libremente nuestras ideas. La respuesta del agente Rodríguez no se hizo esperar: manifestó que estaba cometiendo un “irrespeto a la autoridad” (conducta por cierto declarada inconstitucional) y siguió insistiendo que necesitábamos un permiso para estar ahí.
En ese momento las sentencias de la Corte, el Código Nacional de Policía, nuestros informes de abuso policial, todo ello me hizo darle una respuesta tan leguleya como efectiva. La actitud del policía cambió radicalmente. Se quedó justo frente a mí, muy cerca y diciéndome: “porque le molesta tanto la policía”, “yo me puedo parar donde quiera, así como usted puede pararse donde quiera”, “usted también tiene deberes y no sólo derechos”, y otras frases que tenían la clara intención de acosarme para retirarme del lugar. Estuvo en esta actitud durante casi 15 minutos.
Debido a que no nos movíamos del lugar, a que Paola Esteban había nombrado a una funcionaria de la Gobernación y quizás porque yo dije dos palabras mágicas: “Coronel Aragón”, el agente se alejó un poco de nosotros y empezó a llamar a su estación y posteriormente supe que estaba llamando a un refuerzo.
Entre tanto llamé a Catalina Lleras de Colombia Diversa y le informé la situación. Pensaba que todo terminaría, pero no fue así. A una cuadra de distancia venía otra patrulla (identificada con el número 310182 y sin placas), ante lo cual pensé que nos iban a retirar del lugar o a detener. Llamé a Marcela Sánchez temiendo que el asunto fuera aún más grave. Los policías discutieron un par de minutos y se retiraron. Justo cuando se retiraban el Coronel Aragón (delegado de derechos humanos de la policía) me llamó a mi celular gracias a la gestión de Marcela y le conté la situación. Él me prometió llamarles la atención.
Todo terminó bien. No fui golpeado, ni insultado, ni detenido. Pero este caso es interesante para revelar la anatomía del abuso policial.
Durante varios años investigué abusos policiales contra la comunidad LGBT en Colombia Diversa, construimos algunos patrones de conducta y situaciones en las cuales ocurría el abuso. En este caso se cumplen con gran nitidez algunos de estos patrones.
El abuso policial ocurre contra personas que hacen visible su orientación sexual (éramos activistas invitando a una actividad sobre diversidad sexual), ocurre con la finalidad de restringir algún derecho (libertad de expresión), se hace un uso selectivo de la ley (¿por qué no se le exigió al carro mal estacionado o a las ventas de comidas rápidas frente a nosotros el llamado permiso de “espacio público”) y se traduce en la imposición de normas morales en el espacio público (¿estarían molestos los policías con la pareja gay que se besaba en el acto simbólico?). Por supuesto la policía siempre tendrá una excusa para justificar el abuso (el ciudadano me tomó una foto sin autorización).
El abuso policial contra la comunidad LGBT es una realidad. Lo demuestran los informes y nuestras vidas.
El abuso policial también hace parte de nuestra memoria cultural. John Better retrata así lo que le hace la policía a quienes no pueden defenderse:
“la redada de la policía fue de película. Han cogido a más de veinte esta noche. Todas van aprisionadas dentro del furgón policial. Una esposada a la otra. Tú vas esposada a la Perra Juárez, la Perra Juárez a la Raisa, la Raisa a la Gringa, la Gringa a Mafalda, así sucesivamente hasta cerrar el circulo travesti que va camino a la Florida, como llaman ustedes a la comisaría central. La Cero Cero se viene quejando en un rincón. Hoy la molieron a palos cuando amenazó con cortarse los brazos y salpicar sangre al primero que osara acercarse. Bueno, en un paso en falso de sus tacones le cayeron encima más de cinco policías y le dieron garrote hasta que se cansaron” (John Better, Locas de Felicidad. Crónicas travestis y otros relatos. Pág. 96).
Gracias a quienes me ayudaron a salir de este problema. También creo que me salvó el abogado que hay en mi. Pero ¿qué ocurre con los miles de ciudadanas y ciudadanos que no tienen estas oportunidades de protección? ¿qué pasa cuando el policía no se autocontrola y se cree amo y señor de nuestras vidas y derechos? ¿qué pasará con la travesti en la calle oscura, sin ninguna ayuda, sin forma de protegerse ante cinco policías y dos patrullas?
Mauricio Albarracín
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martes, 20 de octubre de 2009
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