jueves, 19 de noviembre de 2009

aparecido en CAMBIO y escrito por MARIA ELVIRA

18/11/09

Mujer con mujer, hombre con hombre...

Lo importante de un hogar no es su estructura sino que aporte afecto, protección y una vida estable, es decir, calidad de vida.

Si algo polariza tanto como la política, son los asuntos que involucran convicciones religiosas y valores morales: el aborto, la eutanasia, la experimentación con células madre, el celibato sacerdotal, la adopción por parte de parejas homosexuales… Así lo demuestra la controversia que desató la decisión del juez que ordenó al ICBF tramitar la adopción de una niña por una pareja de lesbianas, cuya unión está formalizada en notaría y uno de cuyos miembros es la madre biológica. El argumento: la adopción le garantiza a la pequeña protección y el cumplimiento de todos sus derechos. El ICBF respondió que impugnará la sentencia porque las leyes establecen que familia es solo la que forman la unión de un hombre y una mujer.

Me alineo con la pareja por valiente y porque creo que su intención de legalizar la adopción de la niña es garantizarle sus derechos e impedir dejarla en condiciones legales muy riesgosas hacia el futuro. La niña merece la seguridad de dos padres legalmente reconocidos. Esa que no dan esos papás que, al divorciarse, se insolventan para negarle sustento a su familia, o aquellos que abandonan a sus hijos sin más.

Es difícil abordar la cuestión con cabeza fría. Los prejuicios enturbian la mente. El más fuerte es creer que el homosexualismo es una desviación, una perversión que, incluso, podría ser contagiosa. Numerosos estudios demuestran que factores biológicos y genéticos juegan papel importante en la sexualidad, incluyendo la orientación hacia uno u otro sexo. La persona no escoge ser homosexual o heterosexual.

La sociedad colombiana empieza a aceptar, no sin reservas, los derechos de los homosexuales —a heredar, a la seguridad social…— pero falta mucho para que la homosexualidad pase de ser apenas tolerada a plenamente aceptada. De ahí la urticaria que produce en los sectores más conservadores —con la Iglesia a la cabeza— el solo hecho de planear la posibilidad de la adopción y el matrimonio de parejas del mismo sexo. Lo miran desde lo moral y religioso, no a la luz de la Constitución y las leyes.

El ideal es que un niño tenga un padre y una madre porque necesita los modelos femenino y masculino para su identificación sexual y de género, y para la maduración de su personalidad, pero mucho va del deber ser a la realidad. Y la realidad es que en Colombia el 30 por ciento de los niños crece solo con la madre, el 3 por ciento solo con el padre y el 8 por ciento no vive con ninguno de los dos (Encuesta Nacional de Demografía y Salud).

Millones de niños son criados y educados sin un hombre a la vera, y numerosas investigaciones indican que los hogares a cargo de una madre sola son más propicios para una socialización sana de los hijos, que la convivencia en una familia formalmente completa pero en la que el padre no se involucra en el cuidado de los niños e incluso los maltrata. Y otras muestran que en familias compuestas por lesbianas con hijos de anteriores relaciones heterosexuales, gays con hijos adoptados, y parejas del mismo sexo con hijos no adoptados legalmente, los niños están integrados a la sociedad y su desarrollo psicológico y su vida son semejantes a los del resto de compañeros.

La dinámica social obliga a ampliar el concepto de familia y en este sentido parece que el legislador va más rápido que la sociedad misma. A la hora de la verdad lo importante de un hogar no es su estructura —hombre y mujer, mujer sola, hombre solo, madre y abuela, madre y tía, padre y abuelo, “mujer con mujer, hombre con hombre o todo lo contrario”, como diría la reina—. Lo fundamental es que aporte buenas dosis de afecto y comunicación, relaciones armónicas, protección y una vida estable con normas razonables. Es decir, calidad de vida.

Heterosexuales y homosexuales pueden ser o no ser elegibles para adoptar pero no necesariamente por su condición sexual. ¿No podría crecer mejor un niño en un hogar formado por una pareja estable de homosexuales, mentalmente equilibrados, que en uno donde el padre no da afecto sino rejo? ¿Por qué negarles la oportunidad a parejas del mismo sexo que se quieren y viven en armonía, de adoptar un niño para el cual esa puede ser la única oportunidad de tener un hogar? El debate está abierto.

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